Médicos e medicina rural na Costa da Morte. A figura do doutor Manuel Pérez Maroño

Las condiciones de trabajo eran muy duras. No había horarios, la atención se prestaba las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana y los trescientos sesenta y cinco días del año. Apenas había carreteras, y para llegar a la casa de muchos enfermos había que ir por caminos embarrados. Casas a las que, en muchas ocasiones, aún no había llegado la luz eléctrica. El caballo, la moto y el utilitario fueron marcando en el tiempo el progreso de los médicos y el desarrollo de las zonas. Atendían partos, fracturas, enfermedades comunes y todos los problemas de salud que les afectaran a sus pacientes, pues trasladarlos a la ciudad era muy complicado y muchos tampoco disponían de recursos económicos para hacerles frente. Los médicos rurales de entonces fueron profesionales que ejercieron la medicina con una entrega absoluta, supliendo las carencias técnicas con un ingenio y una pericia prácticamente infinitos. Auténticos héroes silenciosos, como fueron llamados, que atendían a sus pacientes con un trato familiar muy humanitario, en ocasiones sin cobrarles, incluso dándoles de comer o incluso dinero para comprar las medicinas a aquellos más necesitados, en una época de grandes carencias y pobreza. Eran personas de la total confianza de sus pacientes, auténticos confesores y guardianes de secretos.

Manuel Pérez Maroño fue uno de esos médicos rurales durante un largo período de más de cuarenta años, que abarca desde mediada la década de los cincuenta hasta 1995, en que se produjo su jubilación. En el desempeño de la profesión es reconocido como «uno de los médicos rurales más activos de la Costa da Morte durante la segunda mitad del pasado siglo», con una importante «labor de liderazgo de la clase sanitaria de la zona» (La Voz Carballo, 2005). Pero sobre todo sigue siendo recordado como un hombre de bien, próximo y humilde, de fácil trato, accesible a cualquiera independientemente de su origen o condición, con innumerables y apreciados amigos allá por donde fue. Dotado de una gran inteligencia, fina ironía y simpatía a raudales, hizo disfrutar con sus historias a todos aquellos que las compartían con él. Este libro recoge, a grandes trazos, parte de su vida y de sus andanzas por los lugares, aldeas y villas de la vieja e incomparable Costa da Morte.